CAPITULO II
(CONTIENE SPOILERS DE LA TERCERA TEMPORADA)
PALACIO DE SANT ANGELO,
ROMA.
El conde Riario estaba
arrodillado en la capilla, murmurando una oración mientras pensaba en los
enemigos de Dios que poblaban Italia.
Todos debían morir. Desde
el infiel Medici hasta la puta que lo acompañaba.
El Arquitecto le había
dicho que él era el ángel vengador. La espada de Dios en la Tierra y en pocos
días se celebraría un cónclave para elegir al nuevo Papa.
Como capitán general de
la Iglesia él era ahora el representante de Dios ante los ojos de los hombres y
sabía que entre los cardenales que optaban al puesto de sumo Pontífice había
muchos que no merecían su sitio en el trono de San Pedro.
Al igual que el cardenal
Rodrigo, muchos de los hombres que se auto proclamaban Santos no eran más que
cuerpos lujuriosos rellenos de los más despreciables vicios del ser humano.
Absorto en sus oraciones
no se percató de que alguien lo llamaba y cuando sintió una mano fría en su
hombro, echo mano a la daga que llevaba al cinto y se levantó con una velocidad
que le habían otorgado años de duro entrenamiento.
El padre Lucio ahogó un
gemido cuando sintió la fría hoja del acero en su garganta.
- Mi Señor... Tiene
visita. Es un florentino que parece haber salido del Infierno. Dice ser el
artista Da Vinci.
Girolamo parpadeo con
lentitud y separó su daga de la garganta del abad.
-¿Da Vinci está aquí?
Preguntó con voz
susurrante y baja.
- Si, mi señor. ¿Lo hago
pasar?
Preguntó el padre Lucio
frotándose la garganta.
Riario asintió guardando
su daga de nuevo en la funda.
-Si. Gracias Lucio.
Acompaña a Da Vinci al salón del trono y luego Dejadnos.
Lucio salió en busca de
Leonardo y Girolamo subió hasta el salón y se sentó en el trono que su padre,
el Papa Sixto había ocupado durante tanto tiempo.
Las puertas se abrieron y
Riario levantó su mirada hacia allí.
-Artista...
Una media sonrisa se
insinuó en sus labios al ver al recién llegado.
-Conde...
Leonardo esperó a que el
padre Lucio los dejará solos y en cuanto las puertas se cerraron se acercó a
Riario con cautela.
- He sido informado de
que mi cruzada fue todo un éxito gracias a tu ingenio, Da Vinci. Me complace
sobremanera que hayas sido tú el artífice de nuestra victoria contra los
infieles.
Girolamo cogió una uva de
su plato y tras mirarla unos segundos, se la llevo a los labios y miro
fijamente al artista.
-¿Tienes hambre, Leo?
Se rio ofreciéndole la
uva y sin más se la echo a la boca y la mastico con sumo placer.
Leonardo sintió como su
estómago se encogía, pero no tenía clara la causa de esa extraña sensación.
El hombre que tenía
delante no era ni el pecador ni el Santo, sino algo completamente diferente y
aunque todo su ser clamaba correr hacia su amigo y abrazarlo, se obligó a
quedarse donde estaba.
- Cogiste mi ballesta del taller cuando te
marchaste de Florencia.
No era una pregunta si no
una afirmación y eso fue el detonante para hacer estallar al genio.
-¡Me has inculpado y
ahora Lorenzo pide mi puta cabeza Girolamo! ¿Por que? ¿Por qué me haces esto?
Leonardo empezó a caminar
nervioso por la estancia mesándose el pelo sin ser consciente de que el conde
se había levantado y cuando se giró para seguir increpándolo, lo encontró justo
detrás.
Riario fue tan rápido que
no lo vio venir y cuando su mano de guerrero se cerró en torno a la garganta
del artista Leo ahogo un gemido.
-Lo hice por ti... Tú me
ayudaste a mí y yo te ayudó a ti. No soy tu enemigo, Da Vinci. Tu sitio está
aquí, a mi lado y no al lado de esa rata mediocre e inmunda que es Lorenzo de
Medici. Te consentía por que le eras conveniente. Nada más. Yo en cambio
siempre te quise al servicio de Roma... Y de mí, por supuesto.
Riario se había acercado
tanto que Leonardo podía sentir el olor a uvas que desprendía sus labios y
sintió que todo giraba, como cuando fumaba la flor de la amapola.
- ¿Qué es lo que quieres
de mí? Soy un hombre roto, Riario. Lucrecia ha muerto y yo....
Trago saliva porque no
sabía cómo seguir.
-Yo no me siento como
debería hacerlo después de la pérdida de la mujer a la que supuestamente amaba.
Estoy roto por que no la echo de menos a sí que dime que es lo que quieres de
un hombre roto y vacío, Girolamo, porque yo lo único que sé es que he venido a
ti sin pensarlo cuando he tenido noticias de lo acontecido con Alessandro.
Riario sonrió, con un
brillo perverso en sus extraños ojos de color cambiante y la mano que tenía en
la garganta del florentino se abrió, acariciando la piel del artista.
- ¿Lucrecia a muerto?
Quizás debería decir que lo siento.... A fin de cuentas era mi prima...
El conde bajo más su mano
por el pecho de Leonardo y lo miro fijamente a los ojos.
-Pero no lo siento, Da
Vinci. Miles de veces he pensado si nuestra historia hubiera sido distinta de
no conocerla a ella.
Riario apartó la mano del
pecho de Leonardo, dejándolo extrañamente confuso.
Camino por el amplio
salón y señaló el trono.
- Mañana será el cónclave
para elegir al nuevo santo padre y te necesito aquí conmigo, artista.
- ¿Y para que me
necesitas? ¿Para que te ayude a asesinar a cuantos consideres impíos?
Leonardo se acercó a la
mesa y descubrió que en realidad si tenía hambre.
- ¿Puedo coger una
manzana, conde? O tal vez mi tratamiento hacia ti deba ser ahora el de espada
de Dios... No tengo claro cómo debo llamar a esta nueva forma.
Leonardo se sentía
furioso, hambriento, cansado, excitado y sucio, y no precisamente en ese orden
y ahora su genial intelecto quería hacer salir a la superficie a esa nueva
personalidad que se había apoderado de su amigo, y mucho temía que él había
sido el causante de ese ángel vengador.
Si... sus cálculos con el
veneno y el carbón para anular los métodos del laberinto habían quebrado del
todo la mente se su némesis y estaba seguro que sería todo un desafío probar
hasta donde podía haber llegado su error.
continua en el capitulo III
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/
Vamos Girolamo, consigue "crazy glue" y pega nuevamente a Da Vinci!!
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