domingo, 28 de febrero de 2016

CAPITULO VI




 (Atención: Este post contine escenas de caracter sexual +18)


CAPITULO VI

Leonardo se desnudó lentamente, y cuando el agua fría tocó su piel, lanzó un grito y empezó a reírse, no sabía muy bien porque.

Había venido aquí para enfrentarse al nuevo Yo de Girolamo y aunque se hallaba confuso con esa nueva personalidad del conde, no le incomodaba.
Era como si el santo y el pecador se hubieran unido en uno sólo, conservando sólo lo mejor de cada uno y cuando sus pensamientos volaron a los besos que ambos había compartido, su erección creció, volviéndose dolorosa.

Se apartó un poco de la jofaina y metió la cabeza en el agua, intentando relajarse.

No era ningún secreto que a él le daba igual compartir lecho con cualquiera de los dos sexos, pero saber que Riario se sentía también atraído por el había sido una grata sorpresa.

Sacó la cabeza del agua y se froto la cara.
El conde tenía razón. Estaba exhausto y hambriento, e intentando alejar su lujuria terminó de asearse y se vistió, poniéndose las oscuras ropas del conde.


Cerró los ojos inhalando el aroma del hombre en la tela y su mente dibujo una clara imagen de su rostro, congestionado en un grito de placer y Leo frustrado pateo con furia el orinal de cerámica, haciéndolo añicos.

-¡Joder! Tienes que relajarte, Leo... Vamos, se buen chico y piensa en otra cosa...

Se murmuro a si mismo terminando de abrocharse la camisa y poniéndose las lustrosas botas de fina piel.

Era una suerte que Girolamo y el fueran casi igual de grandes y otra pregunta golpeó su nublado pensamiento.
¿Serían ambos igual de grandes de todas partes?
Joder. No podía seguir por ahí.
En breve estaría en una estancia llena de hombres de Dios y en lo único que podía pensar era como se sentiría al deslizarse dentro del cuerpo de su ángel vengador.

Riario se aburría mortalmente en el salón papal y los cardenales no dejaban de llegar se todas partes.

Miraba a los candidatos con ojos lánguidos, pensando en que la mayoría no eran más que estúpidos lameculos que habían venido para aparentar, ya que su apoyo hacia el padre Giovanni era más que evidente, pero debía mantener el control hasta que alguno le diera alguna razón para caer sobre ellos con toda la ira de Dios.

Cuando diviso a Da Vinci acercándose vestido con sus ropas, todo su ser se regocijo.

Le hizo señas al artista para que se acercara y cuando se aproximó hacia él, la lujuria lo golpeó de lleno.

¿Porque no se sentía culpable?
Debería hacerlo. Ya que la Iglesia condenaba las relaciones entre dos hombres, pero no podía haber nada pecaminoso en lo que sentía al tener cerca a Leonardo y cuando este se acercó a él, Girolamo tuvo que emplear todo su control para no lanzarse a los brazos del florentino.

Tras hacer las presentaciones, Leonardo se quedó a su lado lo que parecieron horas saludando y dándoles la bienvenida a clérigos de toda Europa y cuando por fin el salón quedó de nuevo vacío, Riario se levantó con presteza.

No hicieron falta palabras cuando los dos hombres se fundieron en un apasionado abrazo.

Respiración con respiración, sus bocas pelearon juntas, intentando sublevarse la una a la otra.

Leonardo empujó al conde contra una de las paredes y sin miramientos busco lo que tanto ansiaba.

Ambos jadearon cuando la mano de Leonardo acuno la erección de su amante a la vez que sus besos viajaban desde los labios hasta la garganta.

- No, Leo.. .Espera. No podemos... yo no merezco esto.

De repente Riario se sentía inseguro e intentó controlarse ,pero las caricias del artista se hicieron más intensas.

-No podía sacarte de mi mente, Girolamo. Desde que he llegado esto es lo único en lo que podía pensar... No quiero un no ahora… Por favor… Porfavor….

Leonardo volvió a Girolamo contra la pared, cerró su mano sobre el miembro palpitante del conde y se inclinó hacia a delante, dejándole sentir el suyo henchido por el deseo.

Riario gimió y sus manos se tensaron contra el frío mármol de las paredes.

El artista mordió su garganta casi con violencia y le susurró al oído palabras que inflaron aún más el deseo de ambos.

- Mi saliva es el cruel manjar que quiere alimentarse de ti en estas horas de guerra que parecen segundos .... Una guerra de cuerpos, de lamidas negras en tus entrañas.

Da Vinci mordió el lóbulo de su oreja, a la vez que tiraba de su pantalón hacia abajo, jadeando la sentir su erección pulsando contra la piel desnuda del conde y siguió hablándole a Riario, con una voz que lo hacía anhelar todo lo que quería darle.

- Mis dedos suaves entrando en tu cuerpo y girando el eje de tu placer... Quiero más de ti, Girolamo…mojarte de mí… Mojarte por dentro con aceites de lavanda y de miel, ungüentos de magia para darle la entrada a tu cuerpo y sentirte , sentirte mío...

Riario no podía pensar mientras empujaba sus caderas hacia la mano que lo acunaba.

-Leonardo… Yo...

Jadeo el conde. Su mente decía que no, que no merecería esto, pero su cuerpo parecía tener otros planes.

Leo busco con su boca la del conde y jadeo contra su aliento, necesitando sentir su respiración contra la suya. Su mano se movió más deprisa, sintiendo como el romano empujaba contra su puño cerrado cada vez más fuerte a la vez que el frotaba su miembro henchido entre las piernas del romano.

- Girolamo ... Quiero hundirme en ti y enseñarte que si existe un cielo... Un cielo donde podamos ser sólo nosotros.

Tensandose, Leonardo estalló, derramándose entre los muslos del conde y a su vez Riario dejo caer la cabeza hacia atrás y jadeando el nombre de Leonardo se vació en su mano, sintiendo el familiar tirón que nacía en su vientre.

Todo su cuerpo se tensó segundos antes de estallar en una ola de placer que lo dejó tembloroso y confundido.

El no merecía la gracia de nadie. Su propia madre lo había dejado bien claro al abandonarlo en el monasterio y sintió como se le rompía el corazón en mil pedazos.

No merecía ser amado. No él y cuando esa verdad lo golpeó, intentó separarse de Da Vinci, quien aún lo acariciaba. Leonardo deslizó su mano por el pecho del conde y lo meció contra él, deseando más privacidad para hundirse en el cuerpo de su amante, pero Riario se apartó de él volviéndose de frente.

Leonardo deslizo una mano por la nuca del romano y lo acuno contra el hueco de su cuello, esperando que recuperara el control y se sorprendió al notar como los espasmos causados por el orgasmo, se convertían en sollozos ahogados

-No, Girolamo...Tranquilo...

Susurró al oído de su amante, sabiendo perfectamente que se acababa de romper otro de los muros mentales del antiguo monstruo de Italia.

Riario se dejó mecer por el artista, y se aferró a él casi con desesperación.

Pensó en todos los años de soledad. De duro entrenamiento y de oración y pensó que durante toda su vida lo único que había deseado era alguien que le amara.

Zita lo había hecho y él la había matado para salvar a Leonardo y ahora que el genio era suyo, después de tanto tiempo, no sabía cómo enfrentarse a ello.

Leonardo acuno a Girolamo contra su pecho intentando tranquilizarlo y cuando noto como los temblores del conde cesaban, lo separó un poco, cogiendo su cara entre sus manos y obligando a mirarle.

- Estoy aquí contigo, Girolamo y no voy a irme, pero sé que no estás listo todavía.

Leonardo sonrió y sujeto a su amante por los hombros, inundándole confianza.

- Creo que es el mejor plan ahora es que comamos algo y descansemos.Yo vengo de una guerra, ¿recuerdas?

Eso hizo reír al conde y asintió con la cabeza.

El artista besó su frente y le aliso las arrugas de la camisa y ambos se sentaron a la mesa, a la espera de que los sirvientes trajeran algo de alimento.


Continua en capitulo VII
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