martes, 1 de marzo de 2016

CAPITULO VII





CAPITULO VII

Horas más tarde, ambos estaban sentados frente al fuego y Leonardo le explicaba cómo había ganado la batalla contra los otomanos.
Riario sonreía y se sorprendió al saber de Sofía.

- Hija de Al-Rahim? Seguro que es una jovencita con un gran potencial.

-Sin ella quizás no habría podido entender la página. Sabías que el libro esta hecho de tal manera que se necesitan a dos personas para leerlo?

Riario asintió y se levantó a servir más vino.

- Lo sabía. Por eso te necesitaba. Somos muy pocos los que podemos descifrar los enigmas del libro de las hojas. Luppo Mercuri lo intento durante años. Al final creo que se volvió loco.


Le tendió otra copa a Leonardo y sonrió mirándolo.

- Nunca te agradecí que no me abandonaras en el nuevo mundo. Sin ti habría muerto.

Leonardo cogió la copa y bebió un sorbo mirándolo.

- No podía dejarte. No después de todo lo que habíamos pasado.
Sabes que gritabas mi nombre en sueños?

Girolamo abrió los ojos por la sorpresa y se sentó de nuevo en la butaca al lado del fuego.

- Mis sentimientos hacia ti siempre han sido un tanto confusos. Quizás gritaba en sueños febriles lo que no podía decirte estando consciente.

Iba a añadir algo más pero Lucio apareció de nuevo en el quicio de la puerta y ambos hombres lo miraron con curiosidad.

- Mi señor. Dos hombres y una muchacha preguntan por el artista. Uno de ellos dice que es Nicolo Maquiaveli, que su gracia le conoce.

Riario asintió hacia Lucio y miró a Leonardo.

- Hazlos pasar y traeles algo de sustento. La señorita Sofía debe de sentirse agotada. Prepara la habitación del ala oeste para ella y la del ala este para los dos muchachos.

El monje hizo una reverencia y el conde lo despidió con un gesto.

Leonardo se levantó y se acercó a él, cogiéndolo por los hombros desde atrás.

- No mates a Zo. Lo necesito.

Le dio un rápido beso en la curva de la mandíbula y se apartó cuando las puertas se abrieron y corrió hacia sus amigos.

Leo los saludo y luego hizo las presentaciones y cuando Riario beso la mano de Sofía, un ruido indefinido salió de la garganta de Zoroastro.

El artista alzó las cejas y no pudo evitar pensar en sí se había perdido algo durante su ausencia.

Después de ponerlos al tanto de la situación en Florencia, todos pasaron al salón principal.

Zo miraba con el ceño fruncido a Leonardo y a Riario y cuando tuvo la oportunidad, se enfrentó a su amigo, llevándoselo aparte.

- ¿Enserio, Leo?

Da Vinci bebió de su copa observando a su compañero con divertimento.

- Enserio, que? No sé de que me estás hablando, Zo.

- No me jodas, Leo. Te conozco más que a mí mismo y sé que entre tú y el conde hay algo más que amistad. No tenía ni idea de que fueras tan estúpido.

 Leonardo puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.

- No soy estúpido, Zo. Más bien todo lo contrario y como bien sabes, nunca hago nada que se guie por la lógica, pero eso es algo que tí, que me conoces tan bien, ya sabes.

- Mira, Leo. Por donde va el conde siempre termina lleno de cadáveres y no me gustaría nada despertar un día y enterarme de que te han encontrado colgando del Duomo con las tripas fuera.

Zo le quitó la copa de vino a su amigo y se la bebió de un trago y luego le devolvió la copa vacía.

- Te quiero Leonardo, pero si juegas con fuego, terminarás quemándote y esta vez no voy a ser yo quien te salve.

Leonardo iba a replicar cuando Sofía, Nico y Girolamo se acercaron a ellos y lo dejó correr.

Sabía que ninguno de sus amigos iba a entender lo que lo unía a Riario, por mucho que les explicara y decidió que mejor fuera el tiempo el encargado de ponerles las cartas sobre la mesa.

 Un par de horas más tarde, los cinco se retiraron a sus aposentos.

Continua en capitulo VIII

Licencia de Creative Commons http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/ 

1 comentario:

  1. "No mates a Zo. Lo necesito." Me hubiera gustado ver esa parte en vivo.

    ResponderEliminar