martes, 8 de marzo de 2016

CAPITULO XIV





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CAPITULO XIV

Cuando Leonardo  llegó a los pasillos de la planta baja, el cardenal Giovanni lo esperaba. Leo mal dijo entre dientes, mientras preparaba lo necesario para examinar el cuerpo.

- ¿Así que determinará la causa de la muerte? ¿Despedazando a ese pobre hombre? Sepa, Da Vinci que profanar cadáveres va en contra de los dictámenes de la Iglesia.

Battista se mostraba ufano y Leo apretó los dientes, a la vez que hacia crujir sus dedos.


- Sepa señor, que el asesinato también va en contra de las leyes de Dios. Yo sólo pretendo exculpar al conde Riario y a mí mismo haciendo este examen....

- Ah, sí... cierto... muy oportuna la marcha del conde hacia Nápoles...

Leo se giró hacia el cardenal y lo miro con cara de pocos amigos.

- No soy quien para determinar si es oportuno o no su viaje... Aquí sólo soy un invitado.

Giovanni río y apoyo una mano en el hombro del artista.

- No tiene por qué mentirme, Da Vinci. Yo mismo os vi ayer en el salón papal y sé que Girolamo lo considera algo más que un simple invitado. Por curiosidad... ¿cuál de los dos ejerce de hembra?

Leo se apartó de él, mirándolo con repulsión.

- No es asunto suyo lo que hagamos en nuestra vida privada.

-Ahí se equivoca, artista. Mañana seré ungido Papa y no puedo permitir que el  Gonfalonier que designo Sixto se relacione con un hereje sodomita.


Leo apretó los puños, deseando estrellárselos contra su sonrisa de suficiencia.

-¿qué es lo que quiere de mí?

-¿De ti? De ti todavía no quiero nada, pero del conde quiero varias cosas, entre ellas, el libro de las hojas. Sé que ese puto bastardo se lo robó al Laberinto.


Leonardo contuvo el aliento y negó con la cabeza.


-Girolamo no tiene el libro. Carlo lo quemo delante de mi cuando intentó asesinarme en Vinci.


El cardenal soltó una carcajada, y miro a Leonardo como si fuera un molesto bicho.


- No sabes mentir, artista.

Leonardo se encogió de hombros y se puso a trabajar con el cadáver.


-Riario no tiene el libro, piense lo que quiera, ahora si me disculpa, tengo que trabajar.

- Si se niega a entregarme el libro, yo mismo me asegurare de que viváis el infierno en la tierra lo que os reste de vida. Ambos me suplicareis morir antes de que vuestro tormento finalice.

El cardenal salió de la mazmorra dejando a Leo con la palabra en la boca.

Siguió trabajando, obligándose a mantener la mente ocupada y cuando al fin dio con algo, escribió sus impresiones en un pergamino y se lo entregó a Nico.

- Si algo llega a pasarnos a Riario o a mí, haz que esto se haga público y por favor... Marcharos. Tenéis que sacar a Sofía de aquí antes de que ese cardenal loco le haga algo.

Nico negó con la cabeza.

- Maestro, me asegurare de que esto caiga en las manos oportunas, pero no voy a dejarte sólo aquí.

Leo palmeo el hombro del muchacho y sintió como un nudo se le formaba en la garganta.

- A veces se me olvida lo mucho que has crecido, Nico... llegaste a mi siendo un niño y ahora ya eres un hombre... si algo me pasará, tienes que prometerme que tú y Zo cuidarnos a Sofía. Por favor...

El chico asintió con una sonrisa.

- Maestro, sabes que sí. Ahora deberías ir a descansar un poco. Estas agotado.

Leo se froto la cara y asintió con la cabeza.

- Consígueme leche de amapola y tráemela al estudio. También necesitaré belladona, unas plumas de aves de distintos tamaños, un sapo común y sanguijuelas.

Nico asintió y se marchó después de encerrar a Leo en la cámara.

Girolamo se había ido de nuevo y Da Vinci giro los ojos en blanco cuando el pecador empezó a soltar improperios.

- Aburres a las ovejas...

Dijo Leonardo quitándose las ropas ensangrentadas y lanzándolas al suelo.

- ¿Eso crees artista? Quizás reconsidere matarte si me sueltas... Sería un desperdicio mutilarte, pudiendo ser más creativo....

El pecador se rio a carcajadas y se sentó en la cama, haciendo tintinear las cadenas.

- No te voy a soltar. Ahora si me disculpas, quiero asearme.

Leonardo se dio la vuelta y empezó a limpiarse la sangre del cuerpo.

El pecador a su espalda hacia ruidos extraños y Leo considero seriamente el golpearle con la jofaina.

- Artista... el gusano piensa que sería muy divertido follarte.

El tintineo de las cadenas se hizo más pronunciado y Leo cerro los ojos, armándose de paciencia.

- No voy a caer en esa...

Leonardo se giró para enfrentarse al pecador y el trapo se le cayó al suelo.

-Oh, Joder... No hagas eso...


Con asombro se fijó en el brillo de la plata que adornaba el miembro de su amante y las palabras se quedaron atascadas en su garganta.


Riario se masturbaba con sus ojos enrojecidos fijos en el artista y se mordió el labio con fuerza cuando vio como Leo reaccionaba a sus gestos.

- ¿¿¿El qué??? ¿Machacarme la polla mientras te miro? Si vienes aquí te demostraré que no te guardo rencor por lo de antes, artista... Hasta tengo una sorpresa para ti.


Gimió con voz ronca, pasando su pulgar por el aro de plata que coronaba su glande.

La mano de Riario se deslizó arriba y abajo, y sus caderas se arquearon doblándose en un ángulo casi doloroso.

Su respiración era pesada y su voz ronca y Leonardo tragó saliva, sin poder apartar la vista.

- ¿No dices nada, artista?

Leonardo apretó los puños, clavándose las uñas en las palmas de sus manos y negó con la cabeza.

- Puedes mentirte a ti mismo, pero no a mí, artista... ven aquí y deja que te la chupe como hice  un rato antes...

- Basta... No es a ti a quien deseo, y prefiero machacármela con dos piedras antes que dejar que me toques de nuevo.

Leonardo se quedó en medio de la estancia, mirando al pecador y deseando con toda su alma tener de vuelta a Girolamo.

- El gusano no lo sabrá... déjame follarte, artista...

Leonardo negó con la cabeza y sintió como se le encogía el estómago.

El cuerpo que veía retorciéndose entre jadeos era el de Girolamo. La voz que lo llamaba también era la suya, y el aroma almizclado que desprendía su sudor también era el suyo y Leonardo cerró los ojos, intentando tragar el nudo que se le había formado en la garganta.

- Girolamo, despierta... por favor... vuelve.

La risa ronca del pecador taladro su mente y los ojos se le llenaron de lágrimas.

- Por favor.... devuélvemelo. Haré lo que quieras, pero devuélveme a Girolamo.

-¿Lo ves artista? Todos tenemos un precio y el tuyo es el gusano....

El pecador dejó de masturbarse y miro a Leonardo, con sus ojos rojos fijos en él.

- Dejaré que vuelva, artista, pero quiero ver cómo te corres para mí.


Leonardo se acercó a la cama pero se mantuvo fuera del alcance del pecador.

- No te creo. Más de una vez me has demostrado que no eres digno de mi confianza.

Levantó sus ojos hacia los del monstruo, mirándolo casi con súplica.

- Girolamo, despierta. Tienes la opción de despertar, por favor.... Vuelve conmigo.

Riario soltó una carcajada y se arrodilló en la cama, tirando de sus cadenas.

- Artista... el gusano no te oye. Ahora soy yo el que tiene el control y lo que quiero es a ti, desnudo bajo mi cuerpo, implorándome que te folle más fuerte.

Leonardo se levantó de la cama, dispuesto a irse, pero al final se acercó más a Riario.

- ¿Si lo hago te irás y dejarás que cure a Girolamo?

El artista casi quería suplicar y aunque el pecador sólo le producía repulsa, se sentó a su lado dejando caer las manos a los lados.

- Te dejaré que lo intentes.

Riario extendió una de sus manos encadenadas y agarró a Leo por el pelo, acercándolo a sus labios.

- Dime que sí, artista. No sé si el gusano tiene algo que ver, pero cada vez que te tengo cerca, solo puedo pensar en follarte hasta que grites.

- Si así consigo que me devuelvas a Riario puedes hacer lo que te plazca.

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