viernes, 25 de marzo de 2016

CAPITULO XX



CAPITULO XX
Poco antes del alba, el Conde se levantó y tras limpiar todos los restos de su amor en el cuerpo del artista, lo arropo en la cama y corto un mechón del precioso pelo castaño de su amante, se fue sin mirar atrás, sabiendo que reunirse en Milán con Catalina no era más que una sentencia de muerte en vida, porque no podía entregarle a la dama, lo que libremente le había dado a Leonardo.


Mientras se aseaba para su partida, levanto la vista hacia su reflejo y pudo observar como el Pecador de devolvía la mirada y por primera vez, pudo ver como su sufrimiento era también el de la némesis que habitaba dentro de su mente.

Una lágrima solitaria se deslizo por su mejilla y posando una mano en el espejo, intento atrapar la gota de agua salada que resbalaba por el rostro de su reflejo.


"Voy a matar a ese jodido bastardo, Girolamo.... Battista sufrirá tal agonía que querrá morir mil veces antes de que mi hoja sesgue su miserable vida para siempre"



Susurro el Pecador con voz ronca y rota y por primera vez en su vida, Girolamo estuvo totalmente de acuerdo con él.



-Juntos, lo mataremos juntos. Ese bastardo va a pagar por todo lo que me ha hecho... Nadie me amenaza y sale airoso de ello.



Poco después, Girolamo partió hacia Milán, con un relicario colgando de su cuello. Un relicario que contenía lo único que tenía valor para el... La esencia de su Leonardo concentrada en un simple mechón de su pelo.




Leonardo se despertó con una sonrisa en los labios y extendió la mano para poder acariciar el cuerpo desnudo de su amante, pero al encontrar solo las sabanas frías y vacías, sus ojos se abrieron de golpe.


El terror más absoluto empezó a apoderarse de su cuerpo cuando se levantó y no encontró a Girolamo y vistiéndose apresuradamente, salió en su busca, recordando cada una de las palabras que Girolamo le había dicho mientras hacían el amor.

Sant Angelo permanecía cerrado, en una clara señal de que ningún Papa había sido ungido todavía y con el corazón latiéndole descontrolado en el pecho, recorrió el castillo de arriba abajo, hasta que logró encontrar a Lucio en una de las cocinas.


El abad lo miro con pesadumbre y Leonardo sintió como si una mano invisible apretara la boca de su estómago.


- Señor Da Vinci... Acompáñeme, por favor. Tengo noticias que comunicarle.



Pero Leonardo no se movió y agarrando a Lucio de los hombros lo obligo a mirarlo.



-¿Donde esta Girolamo? Contéstame Lucio, por el amor de Dios y dime que tu señor  no ha sufrido ningún daño....


-Maestro, mi señor partió temprano hacia Milán. Es allí donde debe reunirse con la que será su esposa, la señorita Catalina Sforza.



Leonardo trasbiló, sintiendo que sus piernas se doblaban y se apoyó en la pared, respirando entrecortadamente.




-¿Su esposa? ¿Girolamo va a casarse?


Lucio asintió y el artista pudo sentir como si una afilada daga penetrara en su corazón, haciéndolo pedazos.


-Oh, joder....Esto no puede ser verdad....


El artista se froto los labios, en un gesto nervioso, y negó con la cabeza, empezando a andar de arriba abajo por el estrecho pasillo.


-Me temo que si lo es, maestro Da Vinci.... El me dejo un mensaje antes de marcharse. Regresara en dos días y quiere que todo esté preparado para la boda.

Lucio le tendió un pergamino a Da Vinci y mientras leía la misiva de Girolamo, sentía como su alma se rompía en pedazos.

"Mi estimado Lucio. Debo partir hacia Milán para desposarme con la señorita Catalina Sforza, sobrina del cardenal Battista.
Si todo nos es propicio, regresaremos en dos días y me gustaría que todo estuviera preparado para celebrar una sencilla y privada ceremonia.
Debo aventurar que el maestro Da Vinci no querrá permanecer en palacio, pero es muy importante que el no emprenda su viaje a Florencia hasta que yo regrese.
Mi fiel Lucio, se tu sabrás persuadirle. Concédele a nuestro invitado todo lo que el necesite.

Tu señor, Girolamo Riaro."


Nada de esto podía estar ocurriendo y trago saliva, intentando controlarse, pero era demasiado para él.

Doblando la carta, se la entregó al fiel abad y negó con la cabeza.


-No hay nada que me retenga aquí, Lucio. En unas horas, partiré hacia Florencia. ¿Podrías preparar mi montura y algo de sustento para el viaje?


Lucio bajo la vista al suelo, y deslizando su mano dentro de su hábito saco otra carta, está dirigida al maestro Da Vinci.

El sello estaba roto y Leonardo comprendió que el sirviente la había leído.


-Me temo que no puede marcharse, Maestro. El cardenal Battista ha ordenado varios encargos, y no se puede marchar hasta que los finalice. Si lo hace, una pena de prisión caerá sobre usted y será acusado de herejía.


Leonardo leyó la misiva y sintió que empezaba a marearse y la carta se le cayó al suelo.

Entre otras cosas, Battista le ordenaba que inventara algún objeto que devolviera la fe de las gentes a la Iglesia y era muy específico en lo que quería.


¿Cómo demonios iba a conseguir fabricar un lienzo con la santa imagen de cristo redentor sin pintarla?


CONTINUA EN EL CAPITULO XXI


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