Dos días más tarde y
gracias a la influencia de Nico como administrador de los Medici y a una gran suma de florines, los
pusieron a los cinco en libertad,
Lorenzo ni se dignó a
mirar a Leonardo y a Riario, pero era evidente que hervía de rabia por
encontrarlos allí.
Una vez en la calle, los
5 hombres se miraron estallando en risas.
Estaban sucios,
despeinados, hambrientos y cansados y el más joven se despidió de sus amigos
con un gesto de su mano y arrastrando los pies, se fue hacia el palacio, donde
seguramente lo esperaba Vanessa para pegarle una buena bronca.
Leo sonrió, mirando a
Zoroastro, a Sandro y a Girolamo que hablaban y reían como si nada hubiera
ocurrido.
- No se vosotros pero yo daría
mi reino por un buen baño, una comida y una cama.
Dijo el artista
bostezando. La herida de su cabeza estaba casi curada
pero aun así seguía sintiendo como el corte palpitaba.
-No tienes reino, Leo...
Aunque lo que pides, si te lo puedo dar en casa,
Dijo Zoroastro palmeándole
el hombro.
Sofía los iba a matar a
los tres en cuanto aparecieran y suspiro, mirando a su amigo y al conde.
- Joder, Botticelli,
menuda hostia me diste con la jarra.
Dijo Leonardo frotándose
el chichón y Sandro bajo la cabeza avergonzado.
-Es que te metiste justo en
medio cuando le iba a dar a tu amante.
Los cuatro estallaron en
risas y el pintor los miro, desperezándose.
-Bueno... Gracias por la
aventura, chicos. Si me necesitáis estaré en el salón de Madame Singh. Allí
siempre encuentro alivio para cualquiera de los males que sienta.
Leo abrió la boca y
Sandro negó con la cabeza, tendiéndoles la mano a todos para despedirse.
-Nos vemos mañana, cuando
todos estemos descansados. No te preocupes por el mercurio. Yo lo traeré. También
tengo magnesio.
Leonardo y Girolamo
asintieron y Sandro se despidió de ellos con una sonrisa que no llegaba a sus
ojos.
Riario lo observo
alejarse calle abajo y lo contemplo hasta que se perdió de vista entre el gentío.
-Girolamo... ¿Ocurre
algo?
Pregunto Da Vinci
frunciendo el ceño cuando vio cómo su amante no perdía de vista al pintor y
Riario negó con la cabeza.
-Hay algo...No sé qué es,
Leonardo, pero Sandro no está bien. No es solo cansancio...Lo veo abatido y
dudo que sea por nuestra pequeña escaramuza.
Dijo el conde y Leonardo
se acercó, pasando su brazo por la cintura de su amante y lo acerco a su pecho,
para poder depositar un beso en su frente.
-No te preocupes por
Botticelli.... Estará bien. Ahora vayamos a casa antes de que mi hermana nos
mate a todos.
Los tres amigos partieron
hacia el taller de Leonardo y aunque tenían esperanzas de que Sofía estuviera
tranquila, al verlos estallo con la furia que solo una mujer embarazada y
cansada puede desatar.
-A veces preferiría
dormir con el diablo...
Dijo Zoroastro un rato después,
mientras los cuatro disfrutaban de una buena comida.
Ya bien entrada la noche,
Girolamo sostenía abrazado contra su pecho a Leonardo, que dormía plácidamente después
de haber hecho el amor, pero no podía sacarse de la cabeza el gesto abatido de
Botticelli e intento levantarse de la cama, sin despertar a su amante, pero en
cuanto su brazo abandono los hombros de Da Vinci, el genio se despertó.
-¿A dónde vas?
Pregunto el artista frotándose
con sueño la cara mientras el conde se ponía los pantalones y las botas.
- Al salón de Madame
Singh. Estoy preocupado por Sandro y esta sensación tan extraña no se me quita,
caro.
Leonardo suspiro, incorporándose
sobre sus codos y con la mirada nublada por el sueño miro como Riario terminaba
de vestirse.
- ¿Debo de empezar a
mostrarme celoso por su repentino interés en el artista Botticelli, señor de
Imola?
Dijo el artista bostezando y Girolamo se acercó, cogiendo su
barbilla entre sus dedos y acaricio sus labios con su pulgar.
-Nunca...Nunca te daré
razones de nuevo para que te muestres celoso, caro mío. No tardaré nada, solo
quiero asegurarme de que está bien. Desde esta mañana tengo una sensación muy
extraña en la boca del estómago y estoy preocupado por él.
Girolamo se inclinó y
tras lamerse los labios, deposito un suave beso en los de Leonardo.
- Yo te esperare aquí
entonces, descansado y dispuesto para cuando vuelvas.
Susurro Leonardo
acariciando el espeso pelo negro de su amor. Riario sonrió y se mordió el
labio, observando como los músculos se marcaban en el cuerpo delgado y
esculpido de su amante que se desperezaba como un gato y aunque el deseo de
quedarse y hacerle el amor de nuevo era fuerte, se obligó a apartarse,
sintiendo como su erección palpitaba contra el cuero de su pantalón.
- No tardaré mucho y en
cuanto vuelva, prometo que te hare mío de nuevo, amor.
Tras colocarse el arnés
con su espada y su daga, bajo al piso inferior y sin hacer ruido para no
despertar a Zoroastro y Sofía, salió a las oscuras calles de la noche
florentina.
El aroma de las flores de
azahar era dulce y a parte de unos perros ladrando y los maullidos de algunos
gatos en celo, todo estaba en completo silencio.
Atravesó las calles moviéndose
casi como un fantasma y en poco rato llego al salón de la madame.
-¿Placer o dolor?
Pregunto el enano
disfrazado bajo las pieles de perro.
Riario negó con la cabeza
y agarro el mango de su daga con fuerza, dispuesto a defenderse si alguien lo
atacaba.
-Ninguna de las dos
cosas. Estoy buscando al artista
Botticelli.
- Entonces entra bajo tu responsabilidad.
Contestó el pequeño
hombrecillo tocando la campana para que abrieran la puerta.
Riario contuvo el aliento
cuando la pesada puerta se abrió, revelando el antro de perversión de la
señorita Singh.
Varias de las personalidades
más importantes de Florencia se daban a sus vicios más ocultos en el burdel y
el conde ando entre la gente, buscando con la mirada a Sandro.
Uno de los esbirros de la
madame salió a su encuentro, cortándole el paso y Girolamo hizo ademan de sacar
su daga.
-No estoy buscando
problemas. Solo estoy aquí por el artista Botticelli.
-Oh, señor Conde... Usted
por aquí. ¿Ya se ha cansado de su artista y viene a por otro?
El romano se giró hacia
la voz femenina que sonaba a su espalda y vio a la dueña del burdel sonriéndole
con maldad.
Riario sostuvo su mirada,
dispuesto a atacarla si ella hacia algún movimiento en su contra, pero Madame
Singh se limitó a mirarlo con desprecio, mientras sus dedos de uñas largas
tamborileaban alegremente sobre su corpiño.
- Sandro me dijo que estaría
aquí si le necesitábamos.
Madame Singh se encogió
de hombros y sonrió, mostrando todos sus dientes.
- Esta aquí, pero no creo
que te guste encontrarlo en ciertas circunstancias... Además, todavía no he
olvidado la ofensa de que mataras a todos mis guardias.
Riario cogió aire, hinchado
su pecho y apretó su daga entre sus dedos, intentando mantener la calma.
-Fui perdonado por esos
pecados, mi señora. Lléveme hasta Botticelli y olvidaré que usted conspira a
mis espaldas para que las ayudas de los conventos no se repartan entre los más
necesitados.
Madame Singh apretó los
dientes y asintió y sin añadir nada más, acompañó al conde a una de las
habitaciones del fondo del burdel.
-Le he advertido que
puede que no le guste lo que encuentre, pero nadie aquí está obligado a hacer
nada que no quiera.
Con el susurro de las
telas de sus ropas, Madame Singh se marchó, dejando a Riario solo frente a una
puerta de madera oscura, a través de la cual, se podían oír gemidos y gritos,
tanto de dolor como de placer y sin vacilar más, abrió, quedándose petrificado
ante la escena que se desarrollaba ante sus ojos.
- Sandro...Por dios
santo...
Gimió Girolamo al ver al
artista Botticelli encadenado, con la espalda llena de latigazos sangrantes y
compartiendo lecho con 4 hombres a la vez.
CONTINUA en el capitulo 35
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/
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