lunes, 10 de octubre de 2016

CAPITULO XLVII







ATENCION: ESTE CAPITULO CONTIENE ESCENAS DE SEXO EXPLICITO, SOLO PARA +18.


CAPITULO XLVII


La noche cayo antes de que Girolamo y Leonardo pudieran llegar a ciudad y decidieron hacer un alto en el camino.

Ambos estaban cansados después de 24 horas llenas de emociones y mientras el conde se hacía cargo de los caballos, Leonardo miraba el cielo, intentando orientarse mediante las constelaciones.

Tras un rato moviendo los dedos, calculando y midiendo Leonardo cogió el cuaderno que siempre llevaba colgado y esbozó rápidamente un mapa de las estrellas que veía en el cielo.

Riario lo miraba con curiosidad mientras recogía ramas secas para hacer fuego y cuando oyó la risa de su amante, se acercó a él.


- Siempre me es grato oír tu risa, artista, pero estamos en medio de la nada y hace frío.
 ¿Me echas una mano con la hoguera mientras yo preparo el campamento?



Leonardo asintió, poniéndose en pie y recogiendo en su regazo las ramas secas que el conde portaba.



-Por supuesto.... Es sólo que ya se dónde estamos.



Girolamo alzó una ceja y miro con diversión al genio.




-¿Ah sí? Dime pues que estamos más cerca de Florencia que de Roma, caro, por que como ya te he dicho que ese desvío que has querido tomar, no era.

Sonriendo, Leo dejo caer las ramas al suelo y dando dos pasos se colocó frente a Riario y posó sus manos en sus estrechas caderas, atrayéndolo hacia él.



- Aunque no me creas, se me da bien orientarme… Estamos cerca de Vinci,... Estamos en el lugar al que le debo mi nombre.



El conde se rio con voz ronca y acarició los labios de Leonardo con su pulgar cuando el artista tiró de el hacia su pecho.



- Pues agradecería cualquier sitio donde pudiéramos resguardarnos señor Da Vinci. Esas estrellas tan brillantes anuncian heladas en la madrugada y no quisiera despertar al alba y vernos convertidos en dos témpanos de hielo.

Leo atrapó su pulgar entre sus dientes y tras darle un suave mordisco se separó de él.



- En esa dirección está la casa donde me crié. Ahora no son más que ruinas, pero creo que allí estaremos bien.



Riario asintió, y tiro de Leonardo y juntos emprendieron de nuevo el camino a través de la Toscana.
Tras cabalgar durante media hora, él y Leonardo llegaron al antiguo hogar del genio y pudo ver como los ojos del artista se desviaban hacia un sendero lleno de hojas secas.

Con un escalofrió recorriendo su cuerpo, Leonardo se froto la cara al recordar la última vez que había estado allí.

Recordó la cueva… A los hombres de Carlo torturándole… Casi podía sentir el látigo chasqueando sobre su carne mientras el cuero le arrancaba jirones de piel. Recordaba el dolor de su espalda magullada y luego recordó la pelea, el cómo había luchado por su vida, ahogando con sus manos heridas y sangrantes al bastardo Medici y no pudo dejar de pensar en sí los restos de Carlo y sus hombres seguirían donde él y Sofía los habían dejado.

Un estremecimiento lo recorrió entero y se abrazó a sí mismo, intentando calmar los temblores que se habían adueñado de su cuerpo.

Riario miro con cautela los ojos vidriosos de su amante y supo perfectamente en lo que estaba pensando Leonardo. Nunca habían hablado de ello, pero Girolamo sabía que esas muertes aún seguían atormentando en sueños la consciencia de Da Vinci y un sentimiento e compasión se adueñó de él. Sabía perfectamente lo que era sentirse culpable.

El artista aparto la vista, sintiéndose vulnerable y sonrió con amargura.


- Allí mate a Carlo. Era el o yo.


Girolamo asintió comprendiendo y tendió una de sus manos de dedos largos hacia el rostro de su amante, acariciando su mejilla con suavidad.


- No tienes de que preocuparte, Leonardo. Muchas veces es matar o morir. Carlo te torturo e iba a matarte y pago por ello con su vida, caro, pero no hay que temerle a los muertos. Los muertos no pueden hacernos daño. Lo que pueda encontrarse allí no es más que un montón de huesos polvorientos.


-Yo…No puedo…No…Tengo que irme de aquí, Girolamo…


Leonardo negó con la cabeza e hizo girar a su caballo en dirección contraria y agito las riendas. El animal al sentirse espoleado empezó a trotar, y Girolamo observo casi impasible como el artista intentaba alejarse. Tras unos segundos y al ver que la huida de Da Vinci iba en serio, decidió seguirlo e hizo trotar a su montura al galope.


-¡¡¡Leonardo!!! ¿A dónde vas?


Tras varios minutos cabalgando le dio alcance y estirando el brazo, logro coger las riendas del caballo de Leonardo y los hizo parar a ambos.
Riario miro los ojos de Leonardo y pudo ver que las lágrimas que antes los habían hecho brillar, ahora se deslizaban por sus mejillas, trazando caminos en el polvo de su rostro y con una maldición Girolamo desmonto de su caballao obligando al artista a hacer lo mismo.


-¿Qué te pasa, Leonardo? ¿El gran genio dejara que meros recuerdos del pasado dicten su futuro? ¿Dejaras que te encaminen hacia el tormento? Eran  o ellos o tu… Entiéndelo Da Vinci. Era matar o morir y tu vita mía elegiste vivir, Elegiste el camino justo para llegar hasta aquí.


Girolamo cogió la cara de Da Vinci entre sus manos y secando las lágrimas con sus pulgares lo obligo a mirarlo.


-Y ese camino, caro, te trajo hasta mí. Déjame cargar con tus penas, déjame acarrear tu dolor. Por favor, déjame ayudarte a olvidar y úsame como tu luz al final
del túnel. Por favor, Leonardo…. Escógeme a mí sobre todos esos fantasmas del pasado y quédate conmigo…


Leo asintió suspirando, y Girolamo lo beso con suavidad, intentando disipar los terrores que atormentaban el alma del genio.

Ambos subieron de nuevo a sus monturas y volvieron de nuevo hacia la casa medio en ruinas.

Sintiendo aun el frio en sus huesos. Leonardo bajo de su caballo y tras atarlo a una anticuada estaca, acciono una manivela y el abrevadero se llenó de agua.

Girolamo siguió su ejemplo y poco rato después ambos estaban desguarecidos en el interior de la casa de piedra.

La noche era fría y a cada bocanada, el aliento de ambos soplaba con nubes de vapor.

Leonardo prendió una hoguera en una zona apartada mientras Girolamo tendía dos mantas en el suelo. Cuando el improvisado campamento estuvo listo, el conde salió a buscar la fruta y el queso que portaba en su zurrón y volviendo al lado de su amante le tendió una manzana.


-Sé que ahora mismo no hay nada que pueda consolar tu atormentada alma, Leonardo, pero si me lo permites, quisiera disipar tu mal estar.


El artista cogió la manzana y con un movimiento casi felino, Girolamo se deja caer a su lado y sonrió levemente.
Ambos comieron en silencio, agradeciendo el calor que el fuego les proporcionaba y cuando hubieron dado buena cuenta de los alimentos y del vino, ambos se tumbaron sobre las mantas, quedando frente con frente.

Riario extendió una de sus manos y aparto un mechón que caía sobre los ojos de su amante y sonrió, mirándolo a los ojos.


-Te amo, Leonardo. Tú has sido el único que vio algo de luz en mí, cuando los demás solo veían oscuridad y ahora soy yo el que ve oscuridad en rostro, vita mía.


Leonardo parpadeo, intentando alejar las lágrimas y el conde se acercó más a él, amoldando su cuerpo al de su artista.


-Pronto regresaremos a Roma, y te juro por Dios que no dejare que nadie te haga daño. Ni el Laberinto ni nadie volverán a torturarte. Estarás bajo mi protección e Inocencio no podrá tocarte. Una vez le entregues el Sudario, serás libre y juntos nos iremos a Imola y te prometo que nada ni nadie nos separara de nuevo.


Leonardo sonrió y paseo una de sus manos por el costado de su conde, acariciando lentamente todo el camino hasta su espalda y deleitándose con el movimiento de los músculos bajo la tela.


-Yo también te amo, Girolamo, pero te mentiría si te dijera que no estoy asustado.


-Pues permiteme disipar tus terrores , artista... Yo haré que se vayan. 


Susurro Riario con voz ronca y el maestro sintió como cada rincón de si alma empezaba a arder de amor por ese hombre que le hablaba casi como si lo acariciaba con sus palabras. 
Leonardo acerco su cara la del conde y sus labios buscaron los de su antigua némesis casi con desesperación, saqueando con su lengua cada recoveco de la boca de Riario.
Ambos gimieron y Girolamo rodo hasta quedar sobre Da Vinci y alzándose sobre sus brazos, contemplo el rostro de Leonardo. Con su expresión de aflicción en el rostro y pelo revuelto y esparcido sobre el suelo parecía un mártir y Girolamo sintió que su corazón latía casi con dolor al contemplar lo hermoso que era su artista.
La luz del fuego hacia refulgir sus ojos verdes con un brillo anaranjado casi demoniaco y Girolamo se inclinó para besarle, tirando con sus dientes del labio húmedo y entreabierto de Da Vinci y cuando las manos del genio tiraron de su camisa él se separó un momento para arrodillarse en el suelo y despojarse de sus ropas.
Las de Leonardo también desaparecieron casi como por arte de magia y aunque hacia frio, ninguno de los dos parecía sentirlo.


-Te necesito tanto que me duele, Girolamo…. Seamos uno y dime que todo va a ir bien… Aunque sea mentira…Por favor… Dime que no tendré que volver a matar para luchar por mi vida.


Riario sintió que se le partía el corazón al ver como las lágrimas caían por las mejillas de Leonardo y posando sus elegantes manos en los costados del artista lo alzo hacia su pecho, mirándolo fijamente.


-Todo va a ir bien, Leonardo… Nadie volverá a hacerte daño mientras estés conmigo. Te lo prometo… Por mi vida, caro.


Girolamo volvió a atrapar los labios de Leonardo entre los suyos a la vez que rodeaba las erecciones de ambos en una de sus manos y el maestro se dejó caer hacia atrás, hasta que su espalda choco contra el suelo y abrió las piernas para que el conde se acomodara entre ellas, quedando totalmente expuesto a su merced. Sus dedos se clavaron en la espalda de su amante y cuando los besos del romano bajaron besando su garganta, a la vez que lamia las lágrimas saladas en la piel de su artista Leonardo sintió que el corazón podía explotarle en cualquier momento.

Nadie había logrado hacerle sentir lo que sentía con Girolamo y eso lo aterraba más que los recuerdos. Para alguien como él, el amor nunca había sido una opción y aunque había creído amar a Lucrecia, ahora comprendía que lo que había sentido por ella no era más que lujuria disfrazada. Con el conde todo era distinto… Había amor, pasión, lujuria , extasis y una necesidad imperiosa de tenerlo a cada segundo que hacía que Riario llenara cada rincón de su atormentada alma.


-Te amor, Girolamo… Te amo.


Susurro Leonardo sintiendo como los dedos de su amante habían penetrado su entrada y Da Vinci gimió contra el aliento del conde , cuando sintió como esos dedos finos y elegantes encontraban  el punto exacto que en minutos haría que todo su ser explotara en mil pedazos.
La respiración del artista se aceleró y sus caderas siguieron el vaivén de la mano de su amante, gozando también de las caricias de sus dedos entrando y saliendo de su cuerpo y cuando sintió como su orgasmo empezaba a formarse en la base de sus riñones, mordió con fuerza los labios de sus amante, y clavo sus uñas en su espalda, haciéndole daño.
Riario rio, acelerando el movimiento de sus manos y cuando Leo se arqueo bajo su cuerpo, pudo notar como el calor de su semen resbalaba entre sus dedos.

Sin perder ni un segundo, uso esa misma humedad para preparar la entrada de su amante y con un movimiento ágil, empujo su erección hacia el interior del cuerpo del artista.
Da Vinci gruño, sintiendo como el miembro de Girolamo se abría camino en sus entrañas, con el pendiente que portaba arañando el camino y jadeo en busca de aliento cuando Riario empezó a moverse.

Girolamo respiraba entrecortadamente y alzándose sobre las palmas de sus manos, con sus caderas retrocediendo y avanzando con cada estocada, pudo sentir como Leonardo rebotaba bajo su cuerpo, con sus dedos clavándose en sus nalgas cuando se aferraba con fuerza a él y supo que a ese ritmo no duraría demasiado, pero esta vez su placer no era importante.
Esta vez todo el éxtasis debía pertenecer a Leonardo para hacerle olvidad los malos recuerdos y cuando la respiración del genio cambio y Girolamo sintió como Leonardo empezaba a estremecerse bajo su cuerpo, incremento la velocidad de sus embistes.

Todo su cuerpo estaba bañado en sudor por el esfuerzo pero los gemidos de su artista hacian que complacerlo valieran la pena y la sensacion de deslizarse en su interior, sintiendo como el anillo de musculos lo apretaba con cada contraccion, era una de las sensaciones mas maravillosas que habia sentido jamas. 
Nada era comparable a lo que sentia cuando ambos hacían el amor.  
 
Pocos minutos después, Leo se tensó por completo y Girolamo aumento su velocidad, sintiendo como su amante temblaba cuando el orgasmo lo golpeo de nuevo.


-¡¡¡¡¡ Girolamo!!! ¡¡¡Joder!!!! Más fuerte….¡¡¡Más fuerte!!!


Da Vinci grito el nombre de su amante cuando sintió como su calor y su humedad salpicaban los músculos de su estómago y pudo oír la risa ronca del conde contra su garganta.


-Así, mi artista… Así es como me gustas… descontrolado y a mi merced entonando mí nombre como si fuera una plegaria.


Leonardo sentía como su cabeza daba vueltas y en todo lo que podía pensar era en el miembro de Riario entrando y saliendo de su cuerpo cada vez con más fuerza y cuando los músculos bajo sus manos se tensaron, y sintió como el calor de Giroamo mojaba su interior, mordió con desesperación el hombro de su amante, dejando allí las marcas de sus dientes.
Riario se dejó caer sobre el pecho de Leonardo, con la respiración agitada y suspiro con placer cuando los dedos de Leonardo se hundieron entre su pelo.

Se quedó así unos instantes, recuperando el aliento y cuando ambos dejaron de temblar, se obligó a levantarse.
Leonardo estiro las mano casi con desesperación, intentando que el conde se tumbara de nuevo sobre su cuerpo, pero Riario cogió una de sus manos y la beso con dulzura.


-Me quedaría así contigo eternamente, mi caro, pero debemos vestirnos. La noche es demasiado fría y no quiero morir de frio.

 
Leonardo rio y para Girolamo ese sonido fue lo más maravilloso del mundo.


-Arriba, Artista. Te prometo que si sobrevivimos a la noche sin convertirnos en témpanos de hielo, por la mañana estaré gustoso de servirte de nuevo como consuelo.


Leonardo se levantó del suelo y cogiendo sus ropas miro a Riario.


-No eres mi consuelo, mi conde…Eres mi vida.


El romano rio tendiéndole su casaca y lo miro con expresión lánguida.


-Y tú la mía, Leonardo…


Poco después, ambos dormitaban abrazados junto al fuego y cuando la respiración de Girolamo se suavizo, Leonardo sonrió, acariciando su pecho y cerró los ojos, sintiendo una paz casi mística.


-Da Vinci… ¿pensabas que te ibas a librar de mí? Tu preciado Conde no puede alejarme….


El artista abrió los ojos sobresaltado y contuvo un grito de puro terror cuando abrió los ojos y vio a Carlo acuclillado en el suelo junto a él, mirándolo con sus ojos vacíos y muertos.








CONTINUA EN EL  CAPITULO 48




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2 comentarios:

  1. Bienvenida de vuelta! Ya los extrañaba!
    Me imagine a Riario muy sexy y varonil persiguiendo a Leonardo! Mas quiero mas

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  2. Gracias!!! Ya echaba de menos poder actualizar. Me estaba volviendo loca de ganas de escribir. A ver si me pongo con el capitulo 3 del otro fic y veremos una faceta distinta del conde. :P

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