lunes, 10 de octubre de 2016

CAPITULO XLVIII


CAPITULO XLVIII
(ESPECIAL HALLOWEEN)

Leonardo se incorporó, conteniendo el aliento y retrocedió hacia atrás, completamente aterrorizado.

No podía apartar los ojos de Carlo, que lo contemplaba con una sonrisa siniestra en el rostro.
Leo miro a Riario, que dormía agotado y lo sacudió casi con violencia, para despertarlo, completamente seguro, de que lo que estaba viendo no era más que un producto de su imaginación febril.

-¿Leonardo? ¿Qué es lo que…?

Girolamo abrió los ojos incorporándose y miro a su amante, que seguía estático con una expresión de terror en el rostro.
Leonardo estiro la mano, señalando hacia un punto frente a ellos y Girolamo no pudo dejar de notar que su artista temblaba con el frenesí del pánico.

-¿Puedes verlo?


Susurro Da Vinci con un hilo de voz, creyendo que había perdido la cabeza o que otra de sus visiones lo estaban atormentando.

El conde giro la cabeza para poder observar lo que aterrorizaba tanto a su amante y sus ojos se abrieron con estupor cuando vio que su antiguo compañero de El Laberinto los miraba a ambos.

-¿Carlo? ¿Cómo demonios…?

El bastardo Medici los miro y de repente estaba frente a ellos de pie, yendo y viniendo, casi como si su cuerpo quisiera desvanecerse.

-El velo entre los vivos y los muertos esta noche ha caído Girolamo. Hoy podemos andar sobre la tierra.

Riario se puso en pie de un salto, tirando de Leonardo, mientras sus ojos aterrorizados no podían apartarse de la aparición que había venido para atormentarlos.

-Tenemos que salir de aquí, Leonardo… Es la Víspera de Todos los Santos.


Susurro Riario con la voz enronquecida por el miedo y ambos salieron corriendo, intentando huir de la visión que parecía haber salido desde las entrañas del infierno.


-Podéis correr, pero no esconderos. Os daremos alcance y cuando lo hagamos, vendréis con nosotros. Ambos debéis pagar por vuestros crímenes.


Carlo seguía avanzando, y su imagen parecía parpadear intermitentemente, casi como si luchara para mantenerse visible.

Leonardo y Riario corrían a través de la casa en ruinas, sin poder creer que el fantasma de Carlo fuera real y cuando iban a alcanzar la puerta, ambos hombres retrocedieron, tropezando entre si debido al pánico.

En el quicio de la entrada, otra aterradora visión  recién salida del Averno los contemplaba, con el pálido rostro brillando con la luz de la luna.

Clarisa  Orsini extendió los brazos hacia Girolamo, intentando alcanzarlo y Leonardo creyó que se iba a desmayar cuando vio lo que ella sujetaba en sus manos.

-Mira lo que nos hiciste, Girolamo… No tuviste piedad ni de mí ni de mi hijo… Nos asesinaste sin importarte nada. Eres un monstruo… Piensas que puedes cambiar pero estas roto. No puedes esconder lo que eres en realidad, señor de Imola… Un asesino frio y despiadado al que no le importa los mas mínimo arrebatar la vida de una mujer y de su hijo no nato.

La voz de Clarisa parecía venir desde muy lejos y Riario apretó con fuerza el brazo de Leonardo, intentando mantener el control.

-No sois reales… Estáis muertos y los fantasmas no existen. Esto no es más que un mal sueño y cuando despierte  no estaréis allí.

Gimió Riario retrocediendo, sin darse cuenta de que poco a poco volvían hacia Carlo.

Clarisa avanzo hacia ellos y Leonardo no pudo reprimir un grito cuando vio como él bebe no nato de la mujer se retorcía entre sus manos.

-Yo la amaba y tú me la arrebataste… Me los arrebataste a los dos y tu amante me asesino antes de que pudiera tomar venganza, pero ahora…Ahora tomaremos lo que se nos debe y ambos vendréis con nosotros al infierno.

La voz de Carlo sonó crispada justo detrás de ellos y cuando sus manos muertas apresaron a Leonardo, el artista empezó a gritar, retorciéndose para liberarse.

-¡¡¡No!!! ¡¡¡¡Leo!!!

Girolamo se lanzó contra Carlo, sin pensar en nada que no fuera liberar a su amante de los brazos muertos y fríos de la aparición y una risa sonó junto a su oído cuando una mano fría lo apreso desde atrás, apretándole la garganta.

-No puedes matarnos, Girolamo…Ya estamos muertos y vosotros vendréis con nosotros.

Leonardo seguía luchando y revolviéndose, intentando librarse del bastardo Medici y sus dedos se clavaron en la carne blanda y putrefacta del cadáver ambulante.

-¡¡¡No sois reales!!!! ¡¡¡Estáis muertos y no estáis aquí!!!

La risa cavernosa de Carlo resonó contra las paredes de piedra y su aliento acaricio el rostro de Da Vinci.

-Oh si, somos reales y queremos venganza... Quid pro Quo. Vosotros nos matasteis y ahora mi amada y yo haremos lo propio con vosotros.

-¡¡¡ No!!!

Leonardo seguía revolviéndose pero pudo ver como Girolamo caía sobre sus rodillas, ahogándose mientras los dedos de Clarisa apretaban su garganta.

-¡¡¡Suéltame bastardo!!! ¡¡¡Girolamo, lucha!!! ¡¡¡No dejes que ella gane!!!

Leonardo sentía como el brazo que tenía alrededor del cuello apretaba con más fuerza y su visión empezó a tornarse borrosa.

Los dos engendros del mal  habían venido para llevarse sus almas al infierno y Leonardo supo con seguridad que lo habían conseguido cuando el dolor se expandió por su pecho y todo lo que pudo ver antes de que la oscuridad cayera sobre él fue como el cuerpo inerte y sin vida de Girolamo caía al suelo.

-¡¡¡¡ Nooooo!!! ¡¡¡No!!! ¡¡Girolamooooooo!!!!

Da Vinci se incorporó empapado en sudor, con el pelo pegándose a su rostro y con el corazón latiéndole desbocado y se palpo el cuerpo, para asegurarse de que estaba bien.
A su lado podía oír la respiración agitada del conde y su cabeza giro frenética a mirarle, esperando encontrar seria el cadáver frio y muerto de Girolamo  a su lado.

El conde se palpaba la garganta, tan aterrorizado como Leonardo.


-¿Ha sido un sueño?

Pregunto Girolamo mirando frenético en todas direcciones. La hoguera no era más que rescoldos y la estancia estaba fría y ambos hombres se pusieron en pie, recogiendo sus cosas apresuradamente.

-No estoy seguro pero lo mejor será que nos vayamos de aquí ahora mismo…

Ambos estallaron en risas nerviosas y se apresuraron a salir hacia la noche oscura.

Ninguno de los dos se atrevió a mirar sobre el hombro y montando en sus caballos los dos se perdieron en la oscuridad. Si lo hubieran hecho podrían haber visto como Carlo y Clarisa los contemplaban desde el quicio de la puerta, bañados por la luz de la luna.


-Al menos les hemos dado un susto de muerte, ¿no crees querida? 

Clarisa rio, pasando su brazo alrededor de la cintura de su amante y lo miro casi con devoción.


-Algo es algo…Al menos nos hemos divertido. Feliz Víspera de todos los santos, amor mío.


Carlo se inclinó para besarla y sonrió contra sus labios.


-Feliz Víspera, amada mía. 


CONTINUA EN EL CAPITULO XLIX




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3 comentarios:

  1. Pobres hombres! Creo q después de esta no se les parará x un buen rato

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  2. Se me va la olla un monton pero que bien me lo pase escriboiendo esto. Ademas tarde como 10 minutos.

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