domingo, 30 de octubre de 2016

UN ARBOL JUNTO AL TIBER, CAPITULO 3 ( fan fic Leario)


ATENCION: ESTE POST CONTIENE ESCENAS SEXUALES EXPLICITAS +18 Y LENGUAJE ADULTO.
CLASIFICACION POR DESCARGO R

 VIENE DE: capitulo 2


CAPITULO  3

Tal y como habían acordado, Leonardo se dirigió al Perro Ladrador y tras localizar a Zoroastro echando las cartas en una de las mesas, puso rumbo hacia allí, sorteando a los borrachos hasta llegar a la mesa y de malas maneras echo a la prostituta que le reía las gracias a su amigo.
Tras pedir una jarra de vino, el artista se sentó y sin decir ni una palabra cogió una de las cartas. Era la Luna.
El mestizo sonrió  mirando la carta y tras beber  de su copa miro a Leo, que se mesaba el pelo nerviosamente.

-¿Qué?


Farfullo Leonardo de mal humor. Zoroastro dejo su vaso y se echo hacia atrás en la silla, mientras seguía observando a su amigo. Leonardo se llenó la copa y bebí. La dejó sobre la mesa y volvió a llenarla, y tras un buen rato en silencio, su amigo le quito el vaso y lo miro, instándole a hablarle.

-Vamos, Leo… Suéltalo ya. ¿Qué  es lo que te pasa?

Leonardo miro nervioso a la gente que bebía y gritaba en la taberna y se llenó  la copa por enésima vez.
Con un suspiro miro a su amigo y cogió aire para poder hablar.

-Riario me ha quitado el mapa y la llave.

Zo lo miro sin comprender  y Leonardo aparto la vista, furioso y avergonzado.

-El mapa del judío y mi llave. El conde se los ha llevado. Los cogió aprovechando que  estaba dormido y se fue de mi casa.

Zoroastro escupió el vino que tenía en la boca y miro al artista con los ojos abiertos completamente.

-¿De tu casa? Leo…dime que no has sido tan gilipollas de llevar a esa serpiente a tu casa… Por favor, dime que no lo has hecho.

Da Vinci bajo la mirada y se concentró de nuevo en llenar su vaso de vino y miro de nuevo a su amigo mientras bebía.

-Me engaño… Yo… Yo pensé que él estaba interesado en mi…Le creí, pero solo me utilizo para poder llevarse mi llave.

Zoroastro giro los ojos en blanco y bajo la voz, inclinándose sobre la mesa para susurrarle a su amigo.

-Y el mapa, Leo… También se ha llevado el mapa.

Una duda acudió a la mente de Zoroastro y aun entre susurros le pregunto al artista.

-¿Te lo has follado? Dime que no lo has hecho, Leo…Por dios…dime que no has sido tan imbécil…

Leonardo levanto los ojos y asintió con la cabeza, seguro de que su amigo iba a estallar en gritos.

-Podría decirse que me jodió, si…En todos los sentidos.

Zoroastro se tapó la cara, intentando controlarse y cuando miro de nuevo a su amigo, en sus ojos había un destello de furia.

-¡¡¡Hostia puta Leo!!! ¡¡No me lo puedo creer!!!! ¡¡¡Leo, esa serpiente te ha dado por el culo de todas las maneras posibles!!! ¡¡¡ ¡¿Es que no eres capaz de mantener tu polla dentro de los pantalones ni por cinco minutos?!!!!!

Leonardo sonrió mirando la carta y recordó los besos y caricias que había compartido con el conde y se mordió el labio al sentir una punzada de dolor en sus caderas  y un tirón en su verga y Zoroastro gruño al ver la expresión de su amigo.
Estirando un brazo, abrió la mano y  le dio una colleja al artista.

-¡¡¡ Leo, coño!! ¡¡Que esto es serio!! Deja de pensar por un momento en tus practicas sodomitas y hazme caso, hombre….


Leonardo levanto los ojos hacia Zoroastro y apretó los labios con rabia, sabiendo que su amigo tenía razón, pero no podía evitar sentirse molesto.
Molesto consigo mismo por ser idiota, con Riario por engañarle y con Zoroastro por la colleja  y golpeo la mesa, haciendo que los vasos y la jarra de vino se tambalearan.

-¡¡¡Joder!!! Baja la voz...Esto está lleno de guardias de Dragonietti  y no quiero ser arrestado por sodomía.

Dijo entre susurros y desvió sus ojos hacia los guardias que se apostaban en la puerta. El capitán de la guardia nocturna los miro frunciendo el ceño y Leonado le dirigió una sonrisa a modo de saludo.

Zo se froto la cara y saludo también al guardia y volvió a hablarle a su amigo entre susurros.

-Eres idiota, Da Vinci… Bien te merecerías que te detuvieran... ¿Cómo se te ocurre follarte al conde, Leo? Que no te has tirado a uno de tus modelos a los que compras por dos monedas de oro... ¡¡¡Que es Riario, joder!!! ¡¡¡El capitán general de la Iglesia!!! Ese hombre puede destruirte con solo parpadear, Leonardo. 

-No lo pensé, ¿vale? El parecía sincero y vulnerable… Y yo aproveché eso…

Leonardo recordó al conde, atado al árbol. Primero rabioso y desafiante y luego  jadeando contra su aliento al sentir el placer por primera vez.
Recordó la manera en que se había estremecido entre sus brazos y recordó también como se había deslizado en su interior, haciéndole sentir lo que nunca había sentido y se froto la cara con fuerza, intentando alejar esos pensamientos.

-¡¡¡Joder!!! Tenemos que volver a Sant Angelo. Tenemos que entrar de nuevo y recuperar lo que es nuestro. El traje aun sirve.

Zoroastro miro a Leonardo y negó con la cabeza.

-No Leo. Tu estas chalado si piensas que voy a arriesgar de nuevo mi vida para recuperar algo que te han quitado por gilipollas.
Si quieres volver, tendrás que hacerlo solo. No pienso acercarme a esa puta serpiente nunca más. Creo que tu no le tienes aprecio a tu vida, pero yo a la mía si, y quiero seguir conservándola mucho tiempo…

-Por eso tenemos que volver, Zo.  Riario puede hacer que me detengan y me condenen por herejía y sodomía… Si habla estoy muerto.
Tengo que recuperar lo que es mío  y que matarlo antes de que el me mate a mí.

Zoroastro se echó hacia atrás y junto las manos como si rezara.

-No tengo palabras para describir lo loco que estas, Leo, pero sí. Te acompañare a Sant Angelo. Estaré feliz y gustoso de ayudarte a deshacerte de esa serpiente.

Leonardo sonrió, bebiendo de su copa.

-Encuentra a Nico y dile que partimos hacia Roma de nuevo. Con suerte, esa noche toda volverá a ser como antes.

Girolamo estaba sentado en el alfeizar de su ventana, en el Castillo de Sant Angelo,  con la mirada perdida en las gentes que paseaban por el antiguo puente que databa de la época del emperador Aurelio, y cogió una de las uvas de su plato, haciéndola rodar entre sus dedos.  Se la llevo a los labios, pero antes de morderla, volvió a dejarla en el mismo sitio. No tenía hambre y sentía como un vacío donde debía estar su estómago.
Pensaba en Da Vinci y en las horas que habían compartido juntos.
Un nudo atenazó su garganta y apretó las manos, sintiendo que podía ponerse a gritar en cualquier momento.
Si tan solo el fuera un hombre libre…
Perdido en su ensoñación, no se dio cuenta de que alguien había entrado en sus aposentos y al percatarse de un movimiento en la estancia, se puso  en pie, y con la velocidad que los duros años de entrenamiento le habían otorgado, desenvaino su daga, dispuesto a ofrecer pelea a quien quisiera dársela, pero solo era Zita, que lo miraba con un deje de preocupación en sus ojos.

-Mi señor… No ha comido nada… ¿No es de su agrado lo que le he traído?

Riario volvió a enfundar su daga al ver el temor reflejado en los ojos de su esclava y sonrió con tristeza.

-Si Zita, Todo está delicioso pero estoy cansado. ¿Serias tan amable de prepararme un baño? Pero no en los baños termales. Prefiero ala este…La bañera de cobre será suficiente.

La mujer sonrió, recogiendo la bandeja con la fruta y el vino y asintió con una leve reverencia.

-Por supuesto, mi señor. Calentare agua. ¿Desea alguna cosa más?

El conde negó con la cabeza y se sentó de nuevo en el alfeizar de la ventana.

-No, Zita. El baño será suficiente. Gracias.

La esclava salió de los aposentos y cuando tuvo la seguridad de hallarse a solas, Riario contemplo las dos llaves que colgaban de fina cadena de oro que adornaba su cuello.
Pensó en el precio que había tenido que pagar para conseguirlas y el nudo de su garganta regreso, tornándose casi doloroso.

Poco rato después, Zita regresó, avisándole de que su baño estaba listo y el conde se dirigió hacia el ala este por uno de los innumerables pasadizos que albergaba la fortaleza.
Una vez que la esclava se hubo marchado, Girolamo se despojó de sus ropas, y tras doblarlas cuidadosamente, las dejo sobre uno de los bancos y  entro en el agua caliente, que lo acaricio casi con la suavidad con la que lo había acariciado Leonardo la noche anterior.
Cerro los ojos sintiendo como el calor del agua empezaba a relajar sus doloridos músculos, pero los recuerdos de la expresión del artista entre sus brazos lo hicieron jadear y la sensación de ahogo volvió, tornándose casi dolorosa, y cuando su traicionera mente  recordó como Leonardo había gritado su nombre al correrse,  una sacudida en su bajo vientre le hizo morderse el labio a la vez que contenía el aliento.
No debía de seguir por ese camino Pensar en Da Vinci no le hacía ningún bien y sabía que debía olvidarle y dedicar su tiempo a la búsqueda del libro de las hojas y de la Bóveda Celeste.
Leonardo era una distracción, pero ahora que había conseguido las llaves y el mapa, no tendría por qué tratar de nuevo con él,  pero eso era algo más fácil pensarlo que hacerlo porque el deseo de tener a ese genio loco entre sus brazos de nuevo lo estaba torturando. 

Él siempre había combatido la lujuria con oraciones y penitencia, pero Da Vinci parecía querer atormentarle hasta en sus ensoñaciones y cerró los ojos intentando se, pero tras un buen rato se dio cuenta de que rezar no le servía de nada. Todo su cuerpo estaba en tensión y apretó los bordes de la bañera de cobre entre sus dedos con la fuerza suficiente para hacerse daño.

Unos golpes en la puerta lo sacaron de su ensoñación y se incorporó con velocidad, sin salir del todo del agua.

Tras unos instantes de cortesía, la puerta se abrió y Zita apareció portando unas toallas.

-Perdón, mi señor. He olvidado dejar sus toallas.

Riaro apretó con fuerza la bañera de nuevo, rezando para que su esclava no se acercara.

- Está bien, Zita. Puedes dejarlas sobre la cómoda.

La mujer abisinia notó el temblor en la voz de su amo y se acercó a él casi con cautela y ahogó una exclamación al ver su excitación.

Nunca había visto a su señor en tal estado, pero si el deseo carnal lo atenazaba, quizás ella podría serle útil.

- Mi señor... ¿Necesita alguno de mis favores personales?

Dijo la mujer mirándolo con intensidad a la vez que se humedecía sus carnosos labios con la punta de la lengua.

Girolamo abrió los ojos con sorpresa y negó rápidamente, y echando mano de uno de los trapos que tenía para lavarse, cubrió su verga.

- No Zita. No es necesario. Yo no…. Déjalo. .. Puedes irte.

La esclava asintió bajando la vista y tras una pequeña reverencia salió de la estancia.

Riario se froto la cara maldiciendo.

-Maldito Da Vinci... Maldito artista endemoniado que me atormentas...


Un ligero aroma a opio lleno sus fosas nasales, recordándole de muevo al genio entre sus brazos y el gimió, sintiéndose perdido.

- Señor... Perdóname por caer en la tentación....

Casi sin pensar, cerró los ojos y dejándose llevar, su mano bajo por los músculos de su estómago, acariciándolos lentamente hasta llegar a su excitado sexo.

Ahogo una maldición y se mordió el labio cuando su mano rodeo su verga, apretándola entre sus dedos. No sabía muy bien cómo debía proseguir, pero una vez más, se centró en los recuerdos de la noche pasada y su mano empezó a moverse al mismo compas con el que lo había hecho Leonardo, acariciando arriba y abajo el tronco henchido de deseo
El aroma a opio parecía hacerse más intenso y  el gimió, arqueando las caderas hacia arriba a la vez que su otra mano bajaba también entre sus piernas y  apretaba con suavidad su tenso saco.

Casi podía sentir a Da Vinci allí con él, y recordó el sabor de sus labios al besarlo tras atenderle con su boca.
Girolamo gimió, abriendo la boca en una mueca de deseo y doblo una de sus piernas, para poder empujar con más fuerza contra su mano cerrada, haciéndolo  casi con desesperación por no tener a ese bastardo loco a su lado.
El placer parecía ahogarle y sus movimientos se volvieron más bruscos, su respiración más pesada y unos jadeos roncos brotaron de su garganta, haciendo que se mordiera el labio con suficiente fuerza para hacerlo sangrar.
Riario empezó a temblar, sintiendo de nuevo como si la ira de dios lo golpeara como un rayo y justo cuando se hallaba en la cúspide más alta de su placer auto infringido, el frio del acero acaricio su garganta.
El Conde se quedó paralizado, aun con su excitado miembro entre sus dedos cuando una voz susurrante acaricio su oído.

-¿No sabes que eso que estás haciendo es pecado para alguien como tú y que según dicen te pueden salir pelos en las manos, Girolamo?

Dijo Leonardo haciendo más presión con su daga en la garganta de Riario.

CONTINUA EN EL CAPITULO 4


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