domingo, 4 de diciembre de 2016

HEREJE, CAPITULO XLIX


CAPITULO XLIX 

-¿Crees que algo de lo que hemos vivido esta noche ha sido real?

Pregunto Girolamo sin atreverse a mirar a hacia atrás, aunque llevaban ya varias horas cabalgando y ya empezaban a divisar la ciudad.
Leonardo sonrió encogiéndose de hombros.

-¿Qué es la vida si no un sueño dentro de otro sueño, Girolamo?… A veces el delgado velo entre lo irreal y lo real se rompe y suceden cosas que escapan a nuestra comprensión y nuestros demonios vuelven para atormentarnos.

Riario chasqueo la lengua y negó con la cabeza.

-No es lo que te he preguntado, Da Vinci. Me refería a si realmente hemos recibido la visita de Carlo y de la signiora Clarisa.


-Lo creo muy probable, pero no es algo de lo que tengamos que preocuparnos. Todos tenemos nuestros demonios y tú mismo me dijiste que los muertos no pueden hacernos daño. Aunque por un momento pensé que estábamos defenestrados…

Leonardo estiro los brazos por encima de su cabeza, desperezándose y haciendo crujir los huesos de su espalda.

- Oh, joder… Que ganas tengo de llegar… No me siento el culo después de tantas horas a caballo.

Mascullo el artista refunfuñando  y el conde lo miro divertido por debajo de los cristales oscuros de sus gafas de sol.

-Eres un quejica, Leonardo, pero estaré encantado de aliviar el dolor de tus músculos cuando lleguemos a Florencia. Me encantaría probar ese aceite de pachuli de nuevo…

-¿No tuvo bastante la última vez, mi señor?

Leonardo sonrió, con la mirada llena de amor y pensó que Girolamo lo era todo para él.

-Contigo nunca es suficiente, mi caro. Podría pasarme horas entre tus brazos, y si muriera allí, sabría que he me has llevado al cielo.

Sonrió Riario y Leonardo se rio por sus palabras.

-Puede ser muy delicado con sus palabras, cuando se empeña, mi Conde…

Girolamo sonrió, guiñándole un ojo y el artista  sintió que todo su ser temblaba con una fuerte ola de deseo.


Poco rato después, ambos llegaron a las puertas de la ciudad y Riario pudo observar  un pequeño tumulto de gente que gritaba y se quito las gafas, para poder observar con más atención.

-¿Qué ocurre ahí? ¿Están linchando a algún criminal?

Pregunto estirando el cuello para poder ver mejor.


Leonardo se bajó de su montura y el conde lo imitó y tras atar a sus caballos y ambos se dirigieron hacia donde se congregaba la gente.

-¿A qué viene tanto escándalo?

Pregunto Leonardo a una mujer, que sostenía a un pequeño en brazos.


-La Guardia del Papa Inocencio está aquí. Están realizando registros por toda la ciudad. El santo padre ha dictaminado una bula papal en la que todos aquellos que no se rijan por las normas de la Iglesia, serán acusados de brujería.

Leonardo  asintió, sintiendo como el terror se empezaba a apoderar de él, y vio prudente esquivar al ejército y miro a Riario fijamente, con una sombra de miedo en sus ojos verdes.

-Sofía… Tenemos que encontrarla.

Sin perder ni un segundo, ambos cogieron sus caballos y con presteza se dirigieron hacia la Vía Larga esquivando a la gente que salía al paso.

Al llegar, apostaron de nuevo a sus caballos en uno de los establos, y con celeridad entraron en el estudio de Botticelli.

Al abrir la puerta todo era un caos.  Muchas de las obras de Sandro estaban volcadas y tiradas por el suelo y era evidente que alguien había estado revolviendo.
Leo sintió como el pánico se adueñaba de él y empezó a llamar a Sofia y a Zoroastro a gritos, sin obtener respuesta.
Riario desenvaino su espada a medida que observaba el caos que imperaba en el estudio y registro la casa en busca de la familia de Leonardo, pero  tras echar un vistazo rápido, intento tranquilizar al artista, que nervioso se mesaba el pelo, levantándolo en desordenados picos.

- Tranquilízate, Leonardo. Tu familia no está aquí,  pero tampoco hay sangre y a pesar del desorden, tampoco signos de lucha, Da Vinci… Buscaran lo que buscaran, mis hombres ten por seguro que no era a tu hermana ni a su familia. Probablemente Zo y Sofia  huyeran al escuchar el estropicio y estén en tu estudio.

-¿Qué buscaban entonces? Mira todo este caos, Girolamo… Esto ha sido una ofensa hacia nosotros.  

Leonardo  pateo uno de los cuadros, mandándolo lejos mientras buscaba como loco por todas partes, levantando los lienzos, como si su hermana, él bebe o Zo pudieran estar debajo y echo mano de su espada al oír una voz crispada detrás suyo.

-¿Por qué cojones le habéis hecho a mi estudio?

Gruño Botticelli mirando su estudio con cara de pasmo.

-Joder, Sandro…No hemos sido nosotros. ¿Tú sabes por qué han hecho esto?

Pregunto Leonardo mirando a su alrededor y Botticelli negó con la cabeza.

-Acabo de llegar y no tengo ni jodida idea de porque hay guardias apostados por toda la ciudad. En nuestra ausencia algo grave debe haber ocurrido.

-Inocencio ha dictado una bula papal para luchar contra la herejía…

Susurro Riario enfundando su espada y se unió a los dos artistas, que observaban la estancia con la preocupación marcada en sus rostros.

-¿Dónde está Luca? Ella es vulnerable.

Pregunto agachándose a recoger uno de los lienzos volcados. Sandro sonrió como un estúpido y se agacho también para recoger e intentar poner un poco de orden.

-Se ha quedado en el mercado. Está buscando hierbas para sus ungüentos, pero es una chica lista. Si se ve en problemas, sabrá como lidiar con ellos.

Botticelli miro su estudio, sin saber por dónde empezar a recoger mientras Leonardo rebuscaba por todas partes como un loco y Sandro puso los ojos en blanco.

-Da Vinci…Deja eso ya. Tu hermana no está bajo ningún cuadro, y su bebe tampoco. Tranquilízate, pongamos un poco de orden y luego e iremos a tu estudio.

Leonardo se meso el pelo nervioso y miro a los dos hombres apretando los labios con rabia.

-No es a mi hermana a quien busco, zoquete. La sabana  del cristo no está. Se la han llevado.

Sandro abrió la boca para decir algo, pero se vio interrumpido por unos guardias que entraron en su estudio con las espadas en alto.


-Por orden del Santo Padre Inocencio, quedáis arrestados.

Riario frunció el ceño confuso y se acercó a los miembros de su ejército, con las manos en alto.

-Giulio… Os ordeno que bajéis las espadas. Ninguno de estos dos hombres es una amenaza. Por el amor de Dios…Son artistas al servicio del Santo padre.

El soldado se cuadro ante el conde y negó con la cabeza, a la vez que los demás guardias tomaban formación ante la puerta, con las espadas en posición de ataque.

-Mi señor. Soy yo quien os ordena que soltéis a las armas y vengáis con nosotros sin oponer  resistencia. Hay una orden de arresto hacia los artistas Leonardo Da Vinci y Sandro Botticelli y una hacia usted, mi capitán.

Riario abrió los ojos con sorpresa, y con un movimiento rápido desenfundo su espada, haciéndola girar en su mano.

-¿Cómo osáis ofenderme así?  Soy vuestro capitán y puedo hacer que os ejecuten por desacato. ¡Quitaros de en medio y exijo que nos dejéis marchar para que pueda deshacer este maldito entuerto!

Mascullo Girolamo, escupiendo las palabras con rabia.

El solado Giulio negó con la cabeza y levanto su espada hacia Girolamo.
-Lo siento mi señor. Pero las órdenes del Santo padre son claras. Usted y los artistas Da Vinci y Botticelli tienen que acompañarnos a Roma.

-¡¡Y una mierda!! ¡¡Anda y que os follen!!!

Grito Sandro y con un movimiento rápido golpeo y  desarmo al guardia y blandió  la espada ante sí, dispuesto a prestar pelea.

-¡¡¡Iros!!! ¡¡Leo!! ¡¡Marcharos!!!

Mascullo Sandro cargando contra los guardias y Riario puso los ojos en blanco, negando con la cabeza.

-¿Y dejar que te cojan? Tú sueñas, Botticelli. No te salve la vida, para que ahora te la juegues como un imbécil.

Leonardo se rio, poniéndose en posición de ataque también, a la vez que hacia girar su espada en su mano.

-¿Queréis apresarnos? Pues intentadlo, cabrones. No nos vais a llevar con tanta facilidad… Tendréis que pagar con sangre, y mejor la vuestra que la nuestra.

Con un grito, los tres hombres se lanzaron contra los guardias, con las espadas en alto y en un segundo se armó un pandemónium.

Los alaridos de dolor resonaban por encima del chasquido del metal contra el metal y los guardias se dieron cuenta  enseguida  que estaban en desventaja.

El Conde y los dos artistas eran duchos en el manejo de las espadas y las fuerzas de los guardias iban mermando poco a poco, debido al cansancio y a los golpes recibidos.

Los pocos guardias que quedaban en pie, cercaron a Riario y a los dos artistas, que espalda contra espalda, intentaban desviar todas las ofensivas.

Ninguno de los hombres se dio cuenta de que parada ante la puerta, y sentada a horcajadas sobre un bello corcel blanco, había una hermosa mujer de cabellera rubia, observándolo todo sin mostrar ninguna expresión en su bello rostro.

Cuando los guardias que quedaban en pie fueron derrotados, ella se adentró en el estudio, espoleando a su caballo y los tres hombres se giraron con un sobresalto a mirarla.

-¡¡¡¡ Caterina!!!

Susurro Riario mirándola mientras intentaba recuperar el aliento.

Caterina sonrió, y desenvaino su espada, posándola con elegancia sobre la garganta de su marido.

-No podéis escapar, querido… Fuera hay más de 50 guardias y todos están bajo mis órdenes.  Rendiros y mi tío y yo seremos clementes con vosotros.

Leonardo y Sandro se miraron entre sí, jadeando por el cansancio sin entender nada de lo que estaba pasando.

-Mi señora… ¿Qué es lo que hemos hecho?

Pregunto Leonardo mirándola directamente a los ojos y ella sonrió, con una mueca de evidente desprecio.

-¿Y todavía tienes la osadía de preguntar, Da Vinci? Por tu culpa soy el hazmerreir de toda Italia… Tú has embrujado a mi marido, instándolo a cometer sodomía y herejía y los tres seréis juzgados por ello.

Riario apretó los labios con rabia, mirándola con odio y sintiendo como la fría hoja de acero acariciaba su garganta.

-No eres más que una maldita arpía…Lo tenías todo preparado…

Caterina se rio, mirándolo con asco.

-Pues claro que sí, querido… ¿No te diste cuenta de que te estaba utilizando? Pobre Girolamo… Sabía que ese artista te haría perder la cabeza…Literalmente.

 
CONTINUARÁ.


 


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