domingo, 21 de agosto de 2016

CAPITULO XLV



CAPITULO XLV

Sandro se despertó, con las primeras luces de la mañana. La cabeza le dolía terriblemente y cuando se incorporó, el mundo empezó a girar y se cubrió los ojos con el brazo, sufriendo los síntomas de una gran resaca.

Sentía la boca pastosa y como si alguien golpeara su cabeza con un martillo y rodo para incorporarse, plantando los pies descalzos en el suelo.

Al principio no sabía muy bien donde se encontraba, pero luego recordó a la preciosa mujer de pelo negro y se giró a buscarla, palpando el mullido lecho con sus manos, pero en la cama no había nadie más que el lio de sabanas de donde se había levantado y el artista sintió como su corazón daba un vuelco.


Ella era real. Lo sabía. Había podido sentir sus manos, y sus dulces palabras en ese idioma extraño que él no entendía, había olido su aroma a pachuli.... La cabeza de Sandro empezó a encajar una pieza con la otra... La bella Hécate hablaba el mismo idioma que hablaba su joven aprendiz... Tenía su mismo pelo negro y sus mismos ojos azules y exactamente el mismo aroma aterrado surgía de su piel, recordándole a un día de lluvia y cuando todas las piezas encajaron en su mente, se levantó de golpe, cubriéndose con una de las sabanas y dando trompicones por el taller se dirigió hacia donde oía las risas de Leonardo y de Girolamo.

Cada paso que daba era una tortura para su cabeza, pero logro llegar a la otra parte de la estancia y vio a Leonardo tumbado, y al conde sujetando una de las bengalas, regañándolo.

-Leo, si te ríes, tenemos que volver a empezar. El rostro de Cristo no puede salir en el lienzo riéndose a carcajada limpia... Se supone que está muerto....

Leo se incorporó riéndose, y se secó las lágrimas que le caían mejillas abajo.

-Lo siento, pero no lo puedo evitar... Es que te pones tan serio....

-¿Dónde está Luca?

Pregunto Sandro casi con un rugido frotándose los ojos debido al dolor de cabeza y los dos hombres se giraron a mirarlo, con curiosidad.

- Pues no la he visto.... A lo mejor sigue dormida. Es temprano todavía.

Dijo Leo incorporándose y Riario le dio en la cabeza con la bengala cuando se percató del error del genio y luego el dejo, con un suspiro de exasperación, siendo plenamente consciente de que Leonardo había metido la pata.

Sandro fijo sus ojos azules en Leonardo y el maestro se dieron cuenta tarde de su error.

-No LA has visto.... A ella... A Luca.

Leonardo maldigo y se miró los pies con algo parecido a la vergüenza, y Girolamo vio oportuno dejarlos solos, con el pretexto de ir a ver a Sofía y a su bebe y ambos artistas se giraron a mirar como el conde desaparecía por la puerta.

Sandro sentía como la sangre bullía en sus venas ante el engaño al que lo habían sometido Leonardo y Luca y aunque la cabeza le iba a explotar de un momento a otro debido a todo el vino que había bebido la noche anterior, ando hacia el otro artista y cogiéndolo de la pechera de la camisa lo sacudió con fuerza.

- Habla, Da Vinci. Lo es todo. Sé que Luca y Hécate son la misma persona. Y más te vale explicármelo todo como si tuviera tres años para que lo entienda...

Gruño Sandro cada vez más enfadado.

Leonardo agarro sus antebrazos, intentando soltarse, pero Sandro lo empujo contra uno de los bancos de trabajo y lo miro casi echando chispas, encarándose con él.

-¡¡¡Que hables, coño!!! ¿Creías que me ibas a engañar por mucho tiempo? Soy confiado, no gilipollas, y ningún chico puede tener ese culo y esas curvas por mucho que tú te empeñes en ocultarlas vendándole el cuerpo.

Leonardo forcejeo, pero Sandro era más fuerte y el levanto sus ojos para mirarlo.

-Sandro... Por favor... Vayamos a buscarla y ella misma te explicara el por qué... Quizás este arriba, descansando todavía. Ayer fue un día duro para ella.

Botticelli lo miro casi fulminándolo y soltándolo con un empujón subió hacia la habitación de la chica, encontrándola vacía.
Ella no estaba y sus cosas tampoco, y con un grito de rabia pateo la mesita donde ella había dejado solo un cepillo del pelo y una nota con un simple “Lo siento”.

-¡¡¡¡ LUCA!!!! ¡¡¡¡¡ LUCA GIANNI!!! ¿DONDE ESTAS, MALDITA ARPIA?¡¡¡LUCA!!!

Grito Sandro cada vez más furioso bajando de nuevo al taller. Luca se había ido, y él se sentía traicionado y se plantó frente a Da Vinci, casi echando chispas.

-Se ha ido.¡¡¡SE HA IDO!!! ¿Creías que no iba a dar cuenta de que era una mujer, maldito engreído soplapollas?

Grito Botticelli barriendo uno de los bancos de trabajo con su mano y lanzándolo todo al suelo.

-Sandro... Ya basta... Tranquilízate. Vayamos a buscarla. No puede haber ido muy lejos. La vi de madrugada...

Leonardo agarro al pintor por un brazo, intentando que se girara a mirarlo, para hacerlo entrar en razón, pero Botticelli lo empujo con fuerza, haciéndolo tambalearse hacia atrás.

-¡¿Cómo has podido hacerme esto, Leonardo?! ¡¿Cómo?! Sabías que después de lo de Simonetta yo no podía estar con nadie y tú me metiste a esa mujer en mi casa, haciéndola pasar por un chico a saber con qué intención. ¿Pensabas que no me iba a dar cuenta? ¿Ha sido divertido tomarme el pelo?

Leonardo se froto la cara, intentando explicarse.

-Sandro, venga... Cálmate y vayamos a buscarla y sabrás porque lo hicimos. Te lo explicaremos. Confía en mí...

Sandro se encaró de nuevo hacia Leonardo, mirándolo con rabia.

-¿Explicarme el que, Leo? ¿Que se disfrazó de chico para aprovecharse de mí? ¿Para meterse en mi cama y a ver si se podía follar al pintor obsesionado con una muerta? ¿Es esto alguno de tus estúpidos experimentos?

Leonardo negó con el cabeza, hastiado y empujo a Sandro con fuerza y con rabia, estrellándolo contra una de las mesas y haciéndolo caer al suelo.

-¡Ya estoy harto, Botticelli! Eres un imbécil. Esa chica te cuido cuando estabas medio muerto. Curo tus heridas y se quedó contigo, cuando no tenía por qué hacerlo. Te cuido y te lavo, y solo dios sabe por qué quiso quedarse contigo. De haber sido yo habría pateado tu culo pomposo. Y si, fui yo quien tuvo la idea de disfrazarla para que se pudiera quedar, porque eres un engreído arrogante que prefiere seguir llorando por su amor muerto que darte una segunda oportunidad con una chica preciosa que te ama con locura desde el momento en que te vio. ¿La habrías aceptado de saber que en realidad es solo una puta de la calle? ¿Qué comparada con tu gran Netta ella no es nada?

Sandro abrió la boca para protestar y recuerdos nublados acudieron a su mente. Recordó a la preciosa Hécate, cuidándolo y lavándolo y tratándolo con una delicadeza que jamás había tenido y su corazón dio un vuelco.

Se sentía traicionado, pero por mucho que no lo quisiera admitir, Luca le hacía falta. Los días que había pasado con ella habían sido los mejores de toda su vida y la necesitaba con él a su lado y los ojos se le llenaron de lágrimas, al darse cuenta de que el también la quería y que la noche que habían pasado juntos había sido la mejor de toda su existencia.
Ella había sido dulce y se había abierto a él como una flor al sol de la mañana, necesitándolo, como el la necesitaba a ella, con una pasión que parecía lava corriendo por sus venas.
Recordó que la noche anterior, mientras hacían el amor, el la había llamado por su nombre, lo recordaba y se froto la cara sintiéndose como un imbécil.

-Oh, joder...Anoche la llame por su nombre. Yo lo sabía. Sabía que era ella. Lo sabía y seguro ha ido por mi culpa al pensar que yo....

Botticelli ahogo un gemido de pena y se cubrió la cara con las manos, totalmente apesumbrado, y reprochándose a si mismo lo estúpido que había sido... Un artista como el... siempre cuidando los detalles más insignificantes y por un desliz. Había metido la pata, y sin poder contenerse empezó a temblar, y se rodeó el cuerpo con los brazos, intentando calmarse.

Leonardo se sintió idiota, allí parado, dándose cuenta de lo que le ocurría a Sandro, ya que el mismo había estado hacia poco en la misma situación y se quedó mirándolo sin ser capaz de consolarlo y dio gracias al cielo, cuando Riario apareció por la puerta, cargando a la bebe contra su pecho con una mano, mientras en la otra llevaba un trapo. Era más que evidente que la había estado cambiando los pañales y que salió apresuradamente al oír los gritos de Leonardo.

- ¿Y la quieres, Botticelli? ¿La amas?

Pregunto el romano mirando al pintor rubio, quien levanto sus ojos enrojecidos hacia el conde y asintió con la cabeza.

-Pues levántate de ahí, lávate la cara, y salgamos a buscarla. Si la amas, no la dejes ir. Yo una vez aleje de mí a quien más amo en este mundo y ambos nos sentimos morir durante seis largos meses. Fuiste tú quien me dijo una vez que Leonardo estaba sufriendo. Que tenía el corazón roto y que estaba perdiendo su talento, y ahora eres tú el que sufre, Botticelli. Italia tampoco puede quedarse sin tu arte y como bien me dijiste, no se le puede mostrar amor a un perro herido, para luego apartarlo de una patada, y eso es exactamente lo que tú hiciste anoche con Luca llamándola por su nombre. La apartaste de una patada, haciéndola sentir que tu no la querías a ella, a Hécate, si no al muchacho que creías que era. Ósea que levántate de ahí, adecéntate un poco y sal a buscarla. Creo que ambos ya habéis sufrido suficiente para estaros con estas tonterías.

-¿Y si me rechaza?

Pregunto Sandro con la voz quebrada. Riario se encogió de hombros y lanzo el trapo sobre una de las mesas y lo miro con sus grandes ojos oscuros.

-Pues si te rechaza por lo menos no podrás decir que te rendiste sin pelear. Ya es hora de que entierres a tus fantasmas, Botticelli. Los muertos no pueden amar. Si quieres seguir honrando a Simonetta, píntala y haz que la historia no olvide a la bella mujer que fue, pero creo que es hora de que la dejes marchar. Ya has sufrido bastante, y por mucho que te atormentes ella no va a volver. Alguien que no supo apreciarte en vida, no merece tu amor en la muerte. Y ahora levántate del suelo, antes de que se te congele el culo.

Sandro rio, secándose las lágrimas que silenciosamente habían empezado a deslizarse por sus mejillas y tras pensarlo unos segundos decidió que Girolamo tenía razón. Simonetta estaba muerta, pero el no y había llegado el momento de seguir adelante.

CONTINUA EN EL CAPITULO 46

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